Las Exposiciones Universales como herramienta política
Las Exposiciones Universales se convierten desde su nacimiento en un terreno de competición para los gobiernos de los países participantes. Por su envergadura y su repercusión internacional han gozado siempre de gran importancia política y económica.
Cada nación anfitriona se esfuerza por superar a sus predecesoras, por sorprender a sus invitados y visitantes. En Inglaterra las exposiciones están organizadas por actores privados mientras que en Francia es el estado el que las financia animado por la promoción que suponen estas citas para la ciudad de acogida.
Las exposiciones atraen a numerosos soberanos extranjeros: el zar de Rusia, el emperador de Japón... Así como a millones de ciudadanos que se desplazan para ser testigos de la modernidad y la técnica que recogen estas muestras. Además, suponen una importante herramienta de legitimación del poder político utilizada por ejemplo por Napoleón en las dos exposiciones imperiales de Francia en 1855 y 1867.
Las numerosas infraestructuras construidas para estos acontecimientos hacen que el pueblo vea con buenos ojos las Exposiciones Universales y a los gobiernos que las promueven. El metro, los diferentes pabellones o la creación de jardines son algunos de los elementos que sobreviven a estas celebraciones y que quedan para el uso y disfrute de los habitantes de la ciudad.
Algunas de las Exposiciones Universales más importantes se celebran coincidiendo con la época de mayor auge de los imperios coloniales y muchos países, en especial Inglaterra, aprovechan el escaparate internacional que les proporcionan estas citas para mostrar al resto de naciones su poderío en este terreno.
Las ciudades de acogida realizan actos que pretenden potenciar la idea de una nación unida y próspera. Un buen ejemplo de esto es el banquete que se organizó en la Exposición Universal de 1900 en París en el que se dio de comer a cientos de alcaldes franceses, un acto cuyo fin era el de presentar a Francia como una república fuerte y unida.
Mónica Luengo Montero
Cada nación anfitriona se esfuerza por superar a sus predecesoras, por sorprender a sus invitados y visitantes. En Inglaterra las exposiciones están organizadas por actores privados mientras que en Francia es el estado el que las financia animado por la promoción que suponen estas citas para la ciudad de acogida.
Las exposiciones atraen a numerosos soberanos extranjeros: el zar de Rusia, el emperador de Japón... Así como a millones de ciudadanos que se desplazan para ser testigos de la modernidad y la técnica que recogen estas muestras. Además, suponen una importante herramienta de legitimación del poder político utilizada por ejemplo por Napoleón en las dos exposiciones imperiales de Francia en 1855 y 1867.
Las numerosas infraestructuras construidas para estos acontecimientos hacen que el pueblo vea con buenos ojos las Exposiciones Universales y a los gobiernos que las promueven. El metro, los diferentes pabellones o la creación de jardines son algunos de los elementos que sobreviven a estas celebraciones y que quedan para el uso y disfrute de los habitantes de la ciudad.
Algunas de las Exposiciones Universales más importantes se celebran coincidiendo con la época de mayor auge de los imperios coloniales y muchos países, en especial Inglaterra, aprovechan el escaparate internacional que les proporcionan estas citas para mostrar al resto de naciones su poderío en este terreno.
Las ciudades de acogida realizan actos que pretenden potenciar la idea de una nación unida y próspera. Un buen ejemplo de esto es el banquete que se organizó en la Exposición Universal de 1900 en París en el que se dio de comer a cientos de alcaldes franceses, un acto cuyo fin era el de presentar a Francia como una república fuerte y unida.
Mónica Luengo Montero